Ni el carácter atribuído á Moratín, ni mucho menos sus obras, concebidas despacio, y más que limadas, sobadas con meticuloso esmero de artífice, harían sospechar lo azaroso y revuelto de su vida trashumante. Sin el arraigo que sólo dan en España heredados patrimonios, fué llevado Moratín de la corriente de los sucesos políticos que arrancaron á la sociedad española de su secular asiento en el reinado de Carlos IV. Al arrimo de algún ministro, ó en compañía de amigos é idólatras, siguió la suerte que á sus protectores deparaba la ocasión, y apenas logró detenerse en alguna parte el tiempo de hallar el reposo que tanto amaba su natural pacífico. Secretario particular de Cabarrús, ordenado más tarde de primera tonsura para alcanzar un beneficio que le confirió Floridablanca, secretario luégo de la interpretación de lenguas y favorecido por el príncipe de la Paz, bibliotecario mayor de la nacional en tiempo de José Bonaparte; á tantos medios hubo de acudir para lograr una existencia holgada que le permitiera dedicarse á su pasión por la literatura. Con esta alternaron sus frecuentes viajes á París, á Londres, Alemania é Italia, sus más frecuentes emigraciones y sobresaltos, los mil reveses que sufrió en su peculio acumulado á fuerza de ahorros, y los contratiempos personales que dos veces hicieron cruzar por su imaginación con la fugacidad del rayo, la idea del suicidio; una, volviendo de Italia por mar, sobrecogido por un furioso temporal, y otra hallándose en Barcelona, tan sobrado de vergüenza como falto de recursos. Así vivió sujeto á continuo vaivén, hasta que falleció en París en 1828, casi olvidado por su patria.
¡Cuántos antecedentes no se hallan en su vida para juzgar del estado de nuestra nación entonces y siempre! Aquistarse el aprecio público y general con sólo el talento literario, era entonces, por lo visto, soñar en lo imposible; adquirir independencia y fortuna, mucho más. Continuando en otra forma las tradiciones de los trovadores de la Edad Media, y la asalariada protección que concedieron algunos príncipes á los poetas del Renacimiento, los literatos del siglo pasado y gran parte del presente, acuden en la monarquía absoluta á los privados de los reyes, en la constitucional al Estado. Por una suerte de socialismo tácito, que á nadie espanta, aunque sea al fin una de las formas del socialismo, el gobierno reparte públicos y menguados beneficios entre los que se dedican á las letras. En los primeros años de Moratín, se acostumbraba todavía á sacarlos de las rentas de la Iglesia; luégo se hizo y se hace confiriendo empleos, cargos retribuídos que, aun siendo más ó menos literarios, no siempre son adecuados al genio poético, ni doran en absoluto la humillación. En aquella ocasión no fué sin embargo tan patente esta anomalía. Dada la índole de su talento, convenía á un Moratín una secretaría de interpretación de lenguas, ó la plaza de bibliotecario mayor, pero otras se dieron menos compatibles con la literatura á los mismos poetas, como si el serlo supusiera gran ilustración en todas materias, cuando cabalmente el genio poético nada tiene que ver con la ilustración, y anda á veces reñido con ella.
Pero ni aun con estos recursos se libró Moratín de los azares de la fortuna, víctima de los frecuentes litigios en que se halla envuelto quien ha de esperarlo todo del tesoro público. La diócesis de Oviedo se negó á pagar por largo tiempo la pensión que le había conferido Godoy sobre aquella mitra. Á la vuelta de Fernando VII y evacuación de los franceses, sus bienes fueron secuestrados y el dueño sujeto á aquellos juicios de purificación, que entonces se estilaron, irritante y ominosa medida política que hoy nos parecería fábula absurda si no fuese historia de ayer. Con esto, las intermitencias de la cesantía, los frecuentes gastos y las prodigalidades de su corazón generoso y de sus aficiones de propietario urbano, llegó Moratín en ocasiones á adornarse con la sentimental aureola de la pobreza, corona con que hasta hace poco ha sido costumbre presentar en los altares del arte á los grandes ingenios.