En el mundo del fútbol, como en la vida misma, existe una tendencia muy humana y persistentemente peligrosa: celebrar la victoria antes de jugar el partido. En Maturín, esa tendencia alcanzó niveles casi artísticos, una verdadera obra maestra del triunfalismo imaginario. Con declaraciones grandilocuentes, camisetas impresas, y una confianza desbordada, la selección parecía ya instalada en el Mundial... aunque el balón aún no había rodado, y mucho menos marcado goles en la cancha.
Este es el relato de un mundial que se jugó primero en la mente colectiva, antes que en el césped. Un torneo donde la ilusión superó la realidad, y el ego hizo más kilómetros que los jugadores. En Maturín se escribieron capítulos enteros de autobombo y soberbia, acompañados de discursos que hubieran sido perfectos para un teatro, pero que terminaron siendo las mejores comedias del año en la vida real.
Sin embargo, lo que podría haber sido una celebración anticipada se convirtió en un fracaso resonante, una goleada que no perdona ni olvida. Seis goles en contra, y no una, sino varias lecciones para un país que aprendió a la fuerza que en el fútbol —y en la vida— no basta con imaginar la victoria. Hay que jugarla, sudarla y respetar al rival.
Esta historia no es solo de un equipo de fútbol que cayó en la trampa del engreimiento. Es una lección sobre la soberbia humana, el poder de la ilusión colectiva, y el duro despertar cuando el mundo real devuelve el golpe con la contundencia de un marcador 6-3.
Bienvenidos a Maturín, donde el Mundial era mental… pero la goleada fue real.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.