Ha habido maestros tales como Orfeo, Hermes, Buda, Lao-Tsé y Cristo, cuya existencia humana histórica es puesta en duda, pero a quienes debe*concederse al menos la alta dignidad de una realidad mítica. Shankara, como Plotino, San Agustín o Eckhart, fue sin duda un hombre entre los hombres, aunque sabemos relativamente poco acerca de su vida. Nació brahmán en el sur de la India, floreció durante la primera mitad del siglo IX d.C., y fundó una orden monástica que aún sobrevive. A la edad de ocho años llegó a ser un samnyasin, “hombre verdaderamente pobre”, siendo discípulo de un cierto Govinda y del maestro de Govinda, Gaudapada —autor de un tratado sobre los Upanishads en el que expresó su doctrina esencial de la no-dualidad del Ser divino. Shankara viajó a Benares y escribió su famoso comentario al Brahma Sutra cuando contaba doce años; los comentarios a los Upanishads y al Bhagavad Gita fueron escritos posteriormente. El gran sabio pasó la mayor parte de su vida errabundo por la India, enseñando y tomando parte en debates. Se cree que murió entre los treinta y cuarenta años de edad. Tales viajes y debates han sido siempre instituciones típicamente hindúes; en aquel entonces, como ahora, el sánscrito era la lingua franca de los hombres educados —así como por siglos lo fue el latín en los países occidentales—, y los debates públicos eran tan ampliamente reconocidos que se erigieron casas especiales para acoger a maestros peripatéticos y polemistas en casi todas las cortes.