En el otoño de 1816, John Melmoth, estudiante del Trinity College de Dublín, dejó el instituto para acudir al lecho de muerte de un tío en el que depositaba sus principales esperanzas de obtener independencia. John era huérfano de un hermano menor, y la modesta herencia que había dejado apenas cubría los gastos de su educación; sin embargo, su tío era un hombre rico, soltero y anciano, y desde su infancia, John había desarrollado hacia él una ambigua mezcla de temor y ansiedad, una atracción y repulsión inconfundible. Este sentimiento era típico de nuestra percepción de aquellas personas que, según nos han enseñado niñeras, sirvientas y padres, tienen en sus manos el destino de nuestra existencia, pudiendo prolongarlo o truncarlo a su antojo. Al recibir la noticia, John partió de inmediato para asistir a su tío.