En Clemente: la pasión y el donaire del ultimo héroe del béisbol, David Maraniss revive magistralmente al extraordinario deportista valiéndose de una narración de gran vuelo y de meticulosos detalles para captar, a un tiempo, al hombre y al mito.
El último día de 1972, después de dieciocho magníficas temporadas en las grandes ligas, Roberto Clemente murió como un héroe al estrellarse el avión en que llevaba alimentos y suministros médicos a Nicaragua luego de un devastador terremoto.
Cualquiera que vio jugar a Clemente, nunca podría olvidarlo: era una obra de arte en un juego que con demasiada frecuencia se define por las estadísticas. Durante su carrera con los Piratas de Pittsburg, ganó cuatro títulos de bateo y llevó a su equipo a los campeonatos de 1960 y 1971. Su carrera concluyó con tres mil hits, y él y Lou Gehrig son los únicos jugadores en la historia del béisbol cuya consagración en el Pabellón de la Fama no tomó en cuenta los tradicionales cinco años de espera.
Pero Roberto Clemente fue un atleta singular que transcendió el ámbito de los deportes para convertirse en un símbolo de causas mayores. Nacido en Carolina, Puerto Rico, en 1934, una época cuando no había negros ni puertorriqueños en el béisbol profesional de Estados Unidos, Clemente llegaría a ser uno de los peloteros más notables de las grandes ligas; un jugador que se destacó por su determinación, su elegancia y su dignidad, y que abrió el camino para muchos latinos de generaciones posteriores que ahora brillan en ese deporte.