Damos por hecho que los seres humanos somos egoístas y tendemos al mal. Por eso, resignados, afirmamos que el mal es inevitable. Todo lo que leemos sobre él no hace sino reforzar nuestro punto de partida. Y nos damos por vencidos: no tenemos remedio, el mal de hoy se repetirá mañana. Llegamos incluso a insensibilizarnos ante el horror. Pero ¿y si el mal pudiera pensarse de otro modo? Al recurrir al egoísmo, ¿estamos siendo ciegos a otras posibilidades para entenderlo? ¿Hacemos el mal más por falta de cuestionamiento de lo que realmente lo posibilita que por su carácter consustancial? ¿Tiene sentido reducir el mal a una cuestión de voluntad individual en lugar de abordarlo desde la conformación de la comunidad? Hemos convertido el mal en un sesudo objeto distanciado de reflexión filosófica sin querer detenernos en la cercanía de un mal imperceptible y ordinario que no es tal por ser vulgar, sino porque es una práctica común y corriente y, por tanto, algo compartido por los integrantes de una comunidad. Ana Carrasco-Conde invita al lector a recorrer con ella un camino que agite los prejuicios que nos han llevado a comprender la maldad desde un marco que ha condicionado nuestra mirada. A través de testimonios, este libro pone en cuestión las explicaciones tradicionales del mal y propone pensarlo sin perder ni la distancia ni la sensibilidad.