En El can de Kant David Johnson establece un diálogo con la enigmática idea de Borges de que la traducción es consustancial a las letras, a partir de una reconsideración de la estructura temporal de la traducción que pone en tela de juicio la relación entre lo necesario y lo accidental, lo universal y lo singular. De ese modo, Johnson conceptualiza la lógica subterránea del archivo borgeano de acuerdo con las principales preocupaciones del escritor argentino en torno al tiempo, y los problemas que emergen de la contradicción evidente entre el tiempo que pasa y la identidad que perdura.
Este análisis se lleva a cabo en un diálogo con algunas figuras angulares de la historia de la filosofía –tales como Maimónides, Aristóteles, San Pablo, Locke, Hume, Kant, Heidegger y Derrida– y algunos de los más importantes ensayos y ficciones de Borges.
La contradicción entre la sucesión temporal y la identidad que Johnson elabora, deriva en un cuestionamiento de la posibilidad de la letra y de la literatura, en el debilitamiento de la autoridad del original. En suma, Johnson lleva al lector a asomarse a aquel misterio que comporta la traducción en la medida en que hace posible el conocimiento y la imaginación, el nombrar y las decisiones de la hospitalidad y la justicia.