El Coronelito de la Gándara, desertado de las milicias federales, discutía con chicanas y burlas los aprestos militares del ranchero:
—¡Filomeno, no seas chivatón, y te pongas a saltar un tajo cuando te faltan las zancas! Es una grave responsabilidad en la que incurres llevando tus peonadas al sacrificio. ¡Te improvisas general y no puedes entender un plano de batallas! Yo soy un científico, un diplomado en la Escuela Militar. ¿La razón no te dice quién debe asumir el mando? ¿Puede ser tan ciego tu orgullo? ¿Tan atrevida tu ignorancia?
—Domiciano, la guerra no se estudia en los libros. Todo reside en haber nacido para ello.
—¿Y tú te juzgas un predestinado para Napoleón?
—¡Acaso!
—¡Filomeno, no macanees!
—Domiciano, convénceme con un plan de campaña, que aventaje al discurrido por mí, y te cedo el mando. ¿Qué harías tú con doscientos fusiles?
—Aumentarlos hasta formar un ejército.
—¿Cómo se logra eso?
—Levantando levas por los poblados de la Sierra. En Tierra Caliente cuenta con pocos amigos la revolución.
—¿Ese sería tu plan?
—En líneas generales. El tablero de la campaña debe ser la Sierra. Los Llanos son para las grandes masas militares, pero las guerrillas y demás tropas móviles, hallan su mejor aliado en la topografía montañera. Eso es lo científico, y desde que hay guerras, la estructura del terreno impone la maniobra. Doscientos fusiles, en la llanura están siempre copados.
—¿Tu consejo es remontarnos a la Sierra?
—Ya lo he dicho. Buscar una fortaleza natural, que supla la exigüidad de los combatientes.
—¡Muy bueno! ¡Eso es lo científico, la doctrina de los tratadistas, la enseñanza de las Escuelas!... Muy conforme. Pero yo no soy científico, ni tratadista, ni pasé por la Academia de Cadetes. Tu plan de campaña no me satisface, Domiciano. Yo, como has visto, intento para esta noche un golpe sobre Santa Fe. De tiempo atrás vengo meditándolo, y casualmente en la ría, atracado al muelle, hay un pailebote en descarga. Transbordo mi gente, y la desembarco en la playa de Punta Serpiente. Sorprendo a la guardia del castillo, armo a los presos, sublevo a las tropas de la Ciudadela. Ya están ganados los sargentos. Ese es mi plan, Domiciano.
—¡Y te lo juegas todo en una baza! No eres un émulo de Fabio Máximo. ¿Qué retirada has estudiado? Olvidas que el buen militar nunca se inmola imprudentemente y ataca con el previo conocimiento de sus líneas de retirada. Esa es la más elemental táctica fabiana: En nuestras pampas, el que lucha cediendo terreno, si es ágil en la maniobra, y sabe manejar la tea petrolera, vence a los Aníbales y Napoleones. Filomeno, la guerra de partidas que hacen los revolucionarios no puede seguir otra táctica que la del romano frente al cartaginés. ¡He dicho!