El 28 de febrero de 1955 el destructor Caldas, que viajaba de Estados Unidos a Colombia, sufrió un accidente. Con la finalidad de rescatar a los náufragos, las fuerzas norteamericanas del canal de Panamá peinaron la zona cercana al siniestro. Después de cuatro días de búsqueda no encontraron ningún sobreviviente y se desistió de la búsqueda. Una semana más tarde apareció Luis Alejandro Velasco, quien después de pasar en las aguas del Caribe diez días a la deriva, logró llegar a tierra. Con este libro, Gabriel García Márquez se descubrió a sí mismo como un narrador. Sin embargo, la intención primera era la de escribir un reportaje sobre un hombre que estuvo diez días a la deriva en una balsa mecida por el mar Caribe. El futuro premio Nobel de literatura y entonces joven reportero que era García Márquez escuchó el relato de los hechos de boca de su protagonista, y lo transformó, tal vez sin pretenderlo, en un prodigioso ejercicio literario, una narración escueta y vigorosa donde late el pulso de un gran escritor. La publicación por entregas del reportaje en El espectador de Bogotá supuso un alboroto político considerable —se revelaba la existencia de contrabando ilegal en un buque de la Armada colombiana, lo que costó la vida de siete marineros y el naufragio, más afortunado, de Velasco— y el exilio para su autor, que se vio abocado a una nueva vida.